Retomando el soliloquio de ayer, he decir que el espejismo mientras dura es infinitamente más real que el propio oásis.
Discernir la línea que separa lo real de lo irreal, en ocasiones es imposible y solo la decepción nos proporciona unas nuevas coordenadas, que en ese momento nos parecen más exactas, aun sin serlo.
Estos golpes de brújula nos desorientan y algunas veces, como solución fácil nos refugiamos en la jaima de la superficialidad y el hedonismo.
Cuando uno alcanza cierta edad, no deja de caminar en pos de esos traicioneros reflejos y se aferra a ello con más fuerza que en la adolescencia, pero lo hace envenenado, sabiendo que una vez más encontrará arena al final del camino, deseando equivocarse y disfrutando de la visión del horizonte que guia sus pasos.
1 comentario:
Mi jaima no tiene puertas, pero si las tuviera, siempre estarían abiertas para ti.
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