A veces el desierto se transforma en un bosque donde duermen violines. Entre sus árboles serpentean notas músicales que intentan despertarlos.
Allí en un rincón, un stradivarius, acurrucado junto a un abedul recuerda la mano que acariciaba sus cuerdas. Caricias que el pagaba con los más hermosos sonidos que su alma producía.
Pronto el musgo que ya cubre el barboquejo y trepa hacia el cordal, cubrirá su cuerpo. En su inexorable ascenso lo vestirá de verde desde la escotadura a la tabla de armonía. La humedad desfigurará su antaño noble madera y poco a poco se irá pudriendo hasta fundirse cariñosamente con la tierra.
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