El otro día un amigo al que hace tiempo que no veo, me llamó por teléfono y después de hablar de lo divino y lo humano, me comentó sus dudas sobre si ir a votar o no, y en caso de ir, si votar útil o votar lo que le dicta el corazón.
Le recordé una tarde (hace ya demasiados años) cuando compartíamos aula, en el colegio salesiano, y nos explicaron la paradoja con la que titulo esta entrada.
Si mi memoria, tan acostumbrada a errar últimamente, está en lo cierto, Buridán defendía la posibilidad de ponderar toda decisión a través de la razón y sus detractores le pusieron el ejemplo de un asno incapaz de decidir razonablemente entre un cubo de avena y uno de agua. El rucio del ejemplo por ende terminaría muriendo de sed y/o inanición.
Mi buen amigo se río de la ocurrencia y la evocación. Concluímos que lo más acertado para no acabar cómo el pobre animal, lo más acertado es quedar un día los dos, sustituir la avena por cebada debidamente fermentada y bebernos unas cuantas jarras fresquitas de tan maravilloso brevaje. La única decisión que tomaremos será el número de ellas que será necesario ingerir para arreglar este país de locos, y lo haremos en el único sitio donde tiene solución: en el bar.
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