A veces cuando navego me comporto como un dipsomaníaco volviendo a casa, recorriendo callejuelas adyacentes y regresando a la vía principal después de dar tumbos por lugares no transitados anteriormente.
En una de esas descubrí una historia de un letón emigrado a EEUU, que construyó un jardín de piedra de coral, como homenaje a la mujer que le abandonó. La historia es digna del programa de Iker Jiménez, pues nadie se explica como pudo mover semejantes monolítos un hombre solo. Ya la tenía casi olvidada cuando hoy me he vuelto a tropezar con el misterio de Coral Castle.
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